OCAÑA EN SANTANDER #2 ("INCIENSO" EN LA PRENSA)




“Yo soy un elegido que le da color a la vida”

Ocaña, un provocador, expone sus obras en Santander

«Soy un elegido de los dioses porque no paso de nada, porque soy feliz, porque lo tengo todo, porque doy color a la vida». Ocaña, el famoso Ocaña de la película de «Manderley»; el Ocaña trasvesti, el que lleva tras de sí el escándalo. Ocaña es la tierra misma, su Andalucía primitiva y pagana, divina y de peineta lorquiana, pero al tiempo llena de color. Ocaña es todo eso y aún más, porque como él mismo dice «soy una persona ante todo», con todos sus defectos pero al tiempo con todas las virtudes, que en Ocaña se reducen a una sola cosa: «amor», al arte, a la vida, a la pintura, «la vida es mi religión, la tierra es mi Dios, mi amor es el hermano que está al lado, que veo y que siento. Porque yo no paso de nada, soy feliz porque lo tengo todo».

Gafas a lo John Lennon, moreno, los rizos que se le escapan por el sombrero negro de ala ancha. Va vestido de colores «porque soy un provocador nato y voy por la vida lleno de color»; su gracejo andaluz se completa con el constante ir y venir de sus manos que dibujan, cantan y expresan todo, lo mismo que la palabra. Las manos de Ocaña tienen vida propia, «soy poeta, sueño y vivo del arte. Soy el arte».

Con él va el escándalo porque su pintura, sus figuras de papel, grandes, chillonas, dulces y expresivas son cálidas, humanes y primitivas. «Es mi estilo, es un arte que morirá conmigo». Es espontáneo, pero teatral; es inconformista, «porque lo otro, lo que dibuja una mano o una cara según los cánones, es sólo fotografía».

Ocaña inunda el mundo, su mundo, y lo transmite a los demás, a los que quiere infundir su amor. «Soy un loco —nena— y soy un niño, aunque veo las cosas en su justa realidad; pero como dijo el «Pequeño Príncipe», quiero seguir mirando la vida con ojos de niño».

Ocaña viene a Santander con una expresión fuera de lo común. Junto a sus cuadros «llenos de color, expresivos, fuertes», todo un tinglado teatral da vida a un trozo —poético— pagano de su Andalucía, recia y colorista, en donde las vírgenes se mezclan con las pastoras, las flamenconas con los angelotes, que miran a través de sus ojos pintarrajeados y llenos de vida, esa vida que se alimenta de lo más puro que tiene la naturaleza. Ángeles y flores, palomas que revolotearán alrededor de la sala del museo, música, lágrimas y risa; Ocaña en medio de todo «como un gorrión que gira y vuela alrededor de su único mundo». Ocaña que se estremece ante sus propias criaturas, que ríe porque a la gente le gusta «y viene toda clase de gente, hasta las mujeres de la plaza que tanto quiero. Pero hay mucha envidia, sobre todo entre los pintores más académicos que me critican. Peor para ellos, que no lo entienden. Son personas grises y se escandalizan de mi obra».

Ocaña habla como un caudal, mientras acaricia amorosamente —siempre con amor, aunque dice que es un inconsciente— el gato que se ha traído de Barcelona porque estaba solo. Habla de la vida y del mundo y sus palabras encierran toda la filosofía atávica y profunda que viene de la tierra. Ocaña es eso, es el romero de sus montes, es la peineta y la guitarra andaluza, es el personaje lorquiano trágico, sublime, anclado a su destino. El destino de Ocaña es el arte, su pintura, sus figuras grandes y calidad. Ocaña es Ocaña.


Publicación: EL DIARIO MONTAÑÉS
Fecha: 12/03/1983
Página: 2
Autor: EMILIA LEVI




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