BARBA, David (2009): 100 españoles y el sexo, Barcelona, Plaza & Janés.
LA ESPAÑA DEL TRANCE
Desmadre '75: comunas, psicodelia y underground
JOAN ESTRADA
La Cúpula de Venus fue uno de los locales más emblemáticos de entonces, una renovación del teatro de la época. Nació de una situación más que imprevista. Ocaña y yo éramos amigos y nos encontrábamos siempre en el Café de la Ópera, nos liábamos un canuto -entonces se podía hacer tranquilamente- y pasábamos la tarde viendo pasar a la gente. Hay que aclarar que el Café de la Ópera, hoy un bareto como tantos, era un lugar único. Allí montábamos nuestra tertulia. Uno de los habituales del Café de la Ópera era un tal Federico Jiménez Losantos. Se sentía muy cómodo rodeado de maricones. Vino de la mano de Biel Mesquida y Alberto Cardín, y era un izquierdista bastante radical que coqueteaba con la CNT. [...]
Una tarde, en el Café de la Ópera, Ocaña me habló de un local cercano en el que Bigas Luna acababa de presentar su primera película, Tatuaje. Fuimos a verlo immediatamente [...]. Y así se pudo abrir La Cúpula, sin permisos, sin seguridad, ni nada. Entre los primeros que empezaron a actuar allí estaban Pepe Rubianes, Rafael Álvarez El Brujo, Loles León...
La Cúpula consiguió que la gente de la parte alta de la Diagonal, la gente del Bocaccio, bajase otra vez a la parte baja de la ciudad. Era un sitio atrevido, ofrecíamos los números de Pavlovsky, que entonces era lo más. [...] Los intelectuales se convirtieron en habituales de aquel antro que era la puerta de entrada a la noche del Barrio Chino.
NAZARIO
Alguien me presentó a Ocaña y seguí con mi doble vida; mis amigos heterosexuales no se enteraban de que frecuentaba a Ocaña y a todos los chulos que iban por su casa. [...] Corría el año 77 y Ocaña me prestaba sus vestidos para salir a provocar. Éramos las reinas mariconas de las Ramblas: él montaba su número, es decir, cantaba y enseñaba el culo, y yo le hacía de señorita de compañía. Cuando entrábamos en el Mercado de la Boquería, Ocaña se volvía loca. Las verduleras le gritaban cosas:
‒¡Ocaña, mira qué pepino tengo aquí!
Y ella contestaba:
‒¡Pues métaselo a su marido por el culo!
Y montábamos tanto escándalo que al final nos detuvieron. [...] Estábamos sentadas en el Café de la Ópera, donde se reunían todos los maricones para ligar, cuando irrumpió la policía. Tenían un mal rollo tremendo aquel día, no se sabe por qué, y entraron e hicieron preguntas a todo el mundo. Ocaña les contestó de forma altanera y se cabrearon. Nos llevaron a la furgoneta y Ocaña se resistió y salió corriendo; lo persiguieron, lo tiraron al suelo y lo arrastraron por toda la calle. A partir de ese momento se armó el escándalo, el motín. La gente del Café de la Ópera empezó a tirarles botellas y sillas y mesas. En pocos minutos se montó una auténtica batalla campal.
Nos llevaron a la comisaría de la calle Buensuceso y empezaron a patearnos. A Ocaña más que a los demás. En las fotos que publicaron en Interviú se le ve toda la espalda llena de moretones. Un policía acusaba a Ocaña de haberle mordido el brazo y haberle quitado un trozo de carne. Estaban indignadísimos. Pero lo mejor de todo es que a raíz de la detención pasó algo inconcebible en aquella época: todas las travestis y maricones de la ciudad se organizaron y empezaron una manifestación para pedir nuestra liberación por las Ramblas. Llegaron hasta la puerta y escuchábamos cómo gritaban. Entonces nos llevaron a la Vía Layetana, donde nos hicieron la ficha. Después nos llevaron a los juzgados y allá nos tuvieron hasta que se acabó un motín que había en la Modelo. Era la época de la Copel, de los presos en lucha, y gracias a ellos no ingresamos en la cárcel hasta el día siguiente.
En la Modelo estaban Els Joglars, detenidos por luchar por la libertad de expresión. Nos recibieron como si fuéramos de la familia. Lo pasamos bien ahí adentro. A Ocaña le recibieron todos sus amigos preguntándole qué hacía ahí. Había una cantidad enorme de chulos que él conocía. Así que se pasó todo el tiempo en la cárcel chupándoles la polla a los amigos. Me acuerdo un momento en que estaba haciendo un dibujo para un tatuaje a uno de estos chulos mientras, abajo, Ocaña estaba en plena felación.
‒¡No muevas el brazo! -le tenía que insistir.
Nos sacaron a los tres días con el cargo de haber atacado a la autoridad.
Después de la detención, me fui a vivir con Ocaña al piso donde todavía resido, en la Plaza Real. La vida juntos era muy divertida. Debajo había dos pensiones llenas de moros. El edificio entero era un hervidero de marihuana. Dos pisos más abajo también había una casa de putas. El sexo era un vaivén continuo por los pasillos de nuestro hogar. En aquella época, muchos progres querían saber qué era aquello de la homosexualidad, y ahí estábamos nosotros para demostrarles cómo era el sexo por el culo. Poco a poco, la ciudad se fue llenando de saunas gays, y después vinieron los cuartos oscuros de las discotecas.
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