OCAÑA Y SUS VECINAS (PROYECTO FALLIDO DE FILM CORAL)



HEMEROTECA (05/03/2019): 

El 12 de la plaza Reial 

En los años 70, el 12 de la plaza Reial (donde todavía hoy vive Nazario) era casi tan popular y pintoresco como el 13 de la rue del Percebe, que (por si alguien no lo sabe) es el singular edificio que da nombre e ilustra una serie de historietas de los 60, creada por Francisco Ibáñez, y cuya peculiaridad es que no tiene fachada, dejando al descubierto el interior de sus apartamentos y las disparatadas peripecias de todos los vecinos que allí viven.

Viñeta de Los apartamentos La Nave de Nazario dedicada a Ocaña

La comparación inicial viene a cuento porque, a finales de los 70, Nazario reelaboró esta idea del edificio seccionado en Los apartamentos La Nave y, a principios de los 90, le dio otra vuelta de tuerca hasta llevarla (según sus propias palabras) “al límite del mariconeo” en Alí Babá y los 40 maricones; pero, que nadie se equivoque, los dos bloques de pisos que estas obras reproducen no son el del número 12, ni en ellas aparecen los verdaderos inquilinos que a lo largo del tiempo fueron pasando por sus distintas plantas (las extrañas monjas de la residencia de ancianos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día o los fieles del templo Hare Krishna en el entresuelo; el bailarín flamenco de fama internacional caído en el olvido y cobijado por dos viejas burguesas, madre e hija solterona, en el principal; los variopintos huéspedes de la pensión, mayormente negros y marroquíes, en la primera planta; y un largo etcétera que Nazario enumera en sus libros Plaza Real safari y La vida cotidiana del dibujante underground), pero en cambio sí que salen reflejadas (sobretodo en Alí Babá y los 40 maricones) esas ganas locas de vivir y de follar tan de los 70 y tan poco de los 90 (por los estragos del SIDA), ese estado general de excitación que imperaba en la segunda planta, donde Ocaña y todas las demás rezumaban juventud y feromonas.
Es fácil imaginar, ya sea como en una de las susodichas macroviñetas o como en un film coral de Robert Altman, Luis García Berlanga o Adolpho Arrietta, en un largo plano secuencia por el pasillo en forma de U que unía los 8 estudios que dividían la segunda planta, un follón de actores de reparto haciendo de locas, entrando y saliendo, yendo y viniendo, de aquí para allá, girando alrededor de Ocaña, la única estrella protagonista de El 12 de la plaza Reial:
En el primer estudio vivía Álex, un estudiante gallego, muy joven y muy guapo, del que Ocaña se enamoró tan perdidamente que le hizo cientos de retratos… Al lado, en el segundo estudio, se alojaba María Luisa, una joven mariliendre madrileña que estudiaba en la Central y era una entusiasta de Ocaña y de todo aquel hervidero de creatividad; aunque su verdadera obsesión era el baile, “la sola mención de la palabra ‘discoteca’ la drogaba” y, como el minúsculo cubículo le coartaba los movimientos, salía a bailar al pasillo. Cuando dejó el estudio, lo cogieron Nazario y Alejandro.

Ocaña en su estudio con Alejandro y Pep Torruella

Por el tercero pasó Josep Maria Caralt, la Carala (o la Pequeñita o la Princesita, a elegir), un joven catalán que tenía una tienda de antigüedades llamada Tarzan, donde también se vendían modernidades (como los primeras figuritas de Mariscal) o se montaban desfiles con Ocaña y sus amigas de modelos. En uno de esos desfiles, Ocaña tuvo la ocurrencia de salir a la pasarela con un cesto lleno de botones que iba lanzando al público, como si fueran flores, hasta que hirió a uno de los asistentes… Más tarde, en ese mismo estudio vivió otro estudiante, Adolfo, la Adolfa, de Santander, con su hermana recién divorciada. Cuando no se enfrascaba en sus estudios de Historia del Arte o en el diseño de “trapos”, acostumbraba a leerle a Ocaña mientras éste pintaba; una de esas lecturas fue My Life, de Isadora Duncan, que (según Adolfo) “le enseñó a Ocaña cómo el gran arte podía ser inseparable de la desnudez”. Después, llegó Sebastián, un guapo y culto estudiante mallorquín que se disfrazaba de mujer con los vestidos de Ocaña y así se pasaba horas delante del espejo o de la cámara. Una de estas sesiones fotográficas (vestidos los dos de pueblerinas y enseñando la polla) ahora cuelga de las paredes del Museo Reina Sofía. Cuando, a su vez, Sebastián dejó el estudio, Nazario aprovechó para seguir ampliando el suyo (como también hizo al quedarse con el de Álex) y establecer así lo que ha acabado siendo una de las tres partes de la distribución actual de la planta.

Perico con la placa dedicada a Ocaña

La placa conmemorativa en el 12 de la plaza Reial

El cuarto estudio permanecía siempre cerrado y nadie nunca supo. Algo parecido pasaba con el quinto, que lo ocupaban muy de tanto en tanto “gente triste” (en comparación con el alborozo general), hay quien dice que era un picadero de abogados... Un buen día lo alquiló Perico, la Perica, valenciano y de familia bien (como Adolfo y Sebastián), un efebo de voz aguardentosa que, antes de volver a su pueblo y llenar plazas y rotondas con sus estatuas de bronce, hizo la placa que recuerda a Ocaña en el portalón. Se trata de una réplica de un cuadro de Ocaña que Perico hizo en terracota, con el acierto de convertir la bandada original de angelitos blancos en un grupito multirracial. Ese rincón, bajo la placa (como bien dice Nazario), se ha convertido en un “lugar de peregrinación de meadores y fans”.

La polla que indicaba el camino al estudio de Ocaña

Al fondo del pasillo, destacaba el sexto estudio, el de Ocaña, que se distinguía de los otros porque tenía las paredes y la puerta pintados con murales (uno de ellos era una monstruosa polla con ojos); o porque un día dejaba allí apoyado un ataúd que alejaba a posibles cobradores, o porque otro día colgaba del techo una luna de casi cuatro metros que preparaba para coronar su nueva exposición... El estudio de Ocaña no empezaba en la puerta, todo el pasillo era como una prolongación que él ocupaba (como también hacía con la calle) montando desfiles de moda, procesiones o altares de Cruz de Mayo. Por allí pasó media Barcelona y quedó inmortalizado, como una obra de arte más, en una larga toma del documental Ocaña, retrat intermitent. Cuando decidió mudarse al número 10 de la misma plaza, colocó allí a Fernando, la Fernanda, un chiquillo paisano suyo que acababa de rescatar del pueblo y que acabó torturando a todos los vecinos cuando impartía clases de sevillanas en el pasillo. La Fernanda sigue viviendo ahí, al lado de Nazario, y se ha ganado a pulso el título de reina sustituta de la Plaza, alto cargo que desempeña con peineta, mantilla y plataformas. Otra candidata al trono (y no sólo por el apellido) fue Francisco Ocaña, Paca la Tomate o la Paca a secas, el camarero del bar Kike que entre copa y copa subía a la barra y montaba un número “anarcotransformista” (el término es de Jordi Esteva). Cuando perdió el trabajo por culpa de las borracheras, la Fernanda la alojó en el altillo de su piso, hasta que por alguna desavenencia la echó y se quedó a vivir en el pasillo… Nazario está ultimando un libro para sacarla del olvido.

Ocaña en su estudio con la Fernanda

Paca la Tomate y Pep Torruella

El séptimo era de Paco, el Albañil, con sus dos putas. Ocaña y Nazario se divertían espiando por el agujero de la cerradura a los hombres que hacían cola en el pasillo esperando su turno. Las dos putas eran muy discretas y muy enteradas, tanto que un día le comentaron a Ocaña que “corría por ahí una venérea mortal, un bichito que no se mata con nada”. Tras Paco y compañía, llegó Pep Torruella, la Pepeta, otro catalán que alquiló el estudio porque, cuando la policía hacía redadas en los bares de ambiente de los alrededores, él podía zafarse por uno de los callejones que dan a la plaza. Ocaña hacía agujeros en la pared para espiarle y él los iba tapando, descolgando y colgando cuadros…
En el octavo, estaba otro Fernando, la Colombiana (era de Bogotá), que no tenía muy buena relación con Ocaña, al que consideraba una mariquita antigua. Se pasaba el día encerrada en uno de los baños del pasillo, alisándose el pelo que tenía encrespado, preparándose durante horas antes de salir a “mariquear”. Dejó el estudio para irse a Alemania y, con un novio que se echó por ahí, montó una sauna gay. Entonces vino la Ínfima, que (como bien sugiere el mote) era tan poca cosa que nadie la recuerda... Como poca cosa más se recuerda de la otra mucha gente que pasó por la segunda planta del 12 de la plaza Reial.

Publicación: Apartamento Magazine Stories
Fecha: 05/03/2019
Página: en línea (la versión en inglés)
Autoría: (texto) Pere Pedrals y (foto) autoría desconocida

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