DOS CRÍTICAS DE "UN POCO DE ANDALUCÍA" (DEL ENROLLARSE O PASARSE)



HEMEROTECA (¿?/12/1977): 

OCAÑA 
Galería Mec-Mec 

Poco sé de este joven travesti (según propia confesión) que se dedica a pintar. La exposición ha consistido en la conversión de los diferentes espacios de la galería en un ambiente andaluz. "Un poco de Andalucía" lo titula su autor. La entrada viene a ser como un patio; después hay algunas piezas interiores de una casa. El artista ha trasladado allí muebles y enseres varios convirtiendo la exposición en su propio hogar mientras ha durado. En otro espacio, casi marginal a este conjunto común y sin práctica transición, ha instalado un velatorio. Unos muñecos muy grotescos, arropados de una manera real, quieren ofrecernos el acompañamiento a un muerto, también presente bajo la apariencia de otro muñeco. El interior de una vivienda es imitado y reproducido real y convencionalmente hasta ofrecernos esto: un espacio plástico. La realización de conjunto, el patio, el interior y el velatorio así como una capilla, todo ello mediante el recurso del ingenio y de la realización pertinente nos impresionan porque Ocaña ha comprendido muy bien uno de los aspectos más nuevos de la plástica contemporánea: el arte es la totalidad de los objetos de un ambiente. Totalidad que él busca y alcanza mediante realismo y caricatura. La clave de conjunto tal vez haya que captarla a través de los cuadros, telas pintadas por Ocaña, que cuelgan acá o allá. Estas telas nos ofrecen a un naif, a nuestro criterio más de oficio que de espíritu, pues bajo esta perspectiva Ocaña ha sabido continuar concienciarse plásticamente del valor plástico de todo espacio que, en el caso del velatorio ha complementado con música de ameublement –una especie de hilo musical, manifestación a su vez del ambiente espiritual que se respira.
El conjunto respira una cierta vulgaridad que hay que atribuir más a una falta de entrenamiento y refinamiento plástico del artista en esta primera prueba de creación de un ambiente que al hecho de que se trate de un poco de Andalucía. Pero el camino iniciado por Ocaña es prometedor. A.P.


Publicación: Artes plásticas, n.º 21
Fecha: ¿?/12/1977
Página: 36
Autoría: Arnau Puig

OCAÑA 
o la sintomatología del ‘estar pasado’. 



Pocas veces se nos da tan fácil y aprovechable esta oportunidad (oportunidad siempre presente, a pesar de todo) de organizar el comentario de una manifestación pictórica sin tomar demasiado en consideración –e incluso con la mayor desfachatez– la pintura que verosímilmente está en la misma base del acontecimiento. Posibilidad –aprovechada aquí por el propio sujeto exponiendo, se supone, en trance de 'pasar' de lo expuesto y centrando así su interés y su actividad en lo circundante: todo menos la pintura–, posibilidad, decía, de tomar en cuenta aquello que personalmente uno encuentra de más atractivo; es decir, eliminar (aunque al fin y al cabo sea sólo parcialmente) el núcleo o motivo de la acción (la pintura, el objeto, el "espai parat" con intención significante, etc.) para concentrarse en una exterioridad que es más o menos aparente en dicha acción, en su superficie, digamos, en absoluto secundaria, de lugar ciudadano o galería, de presentación, de catálogo, de vernissage, de público...


Claro que de entrada uno está también en la obligación de dudar –sobre todo después de leído el texto de Ocaña en el catálogo– acerca de las verdaderas pretensiones del sujeto. Porque ¿resulta auténtico este desnivel existente entre la polvorienta, ajada, triste, desbordante inmediatez del marché aux puces presentado para un ambiente familiar, regresivo, a base de viejos muebles y personajes construidos, y la mistificadora nostalgia romanticoide que nos parece entrever en el hecho de asegurar Ocaña que "me gustan los cementerios, lo trágico de los entierros, las imágenes barrocas y las viejas andaluzas, como las poesías de Lorca" (sic) (y aquí todos sabemos a qué tipo de personas se refiere), para continuar diciendo que "somos los andaluces poesía, tragedia, paredes blancas, sangre, cal, ladrillo y rejón en el recuerdo, y en el monte bandoleros de ojos negros y gitanos ágiles y voladores" (sic)? Así, apartando de momento las incalculables posibilidades de un texto que leído en su totalidad sobrepasa con creces la ambigüedad media de lo subjetivo para caer en la entropía del exceso/nada informativo, habrá que sacar una conclusión momentánea en el sentido que Ocaña vive en un mundo andaluz hecho de un recuerdo que oscila peligrosamente (para su integridad personal no física, por supuesto) entre las escenografías más folklóricas y tópicas para el teatro lorquiano peor asimilado y las ya tan depauperadas "honradez y hombría de buena ley" del Curro Jiménez televisivo –rayo que no cesa en todos los sentidos. ¿Hay que entender lo pintado/construido según la vertiente que presenta de delicuescencia e inefabilidad poética, de manera que se mantenga paralelo al texto literario, o, por el contrario, ignorar la escritura para concentrarse en un repertorio objetual que ya de entrada desaparece detrás del aspecto residual que la absoluta falta de recursos en su realización, sobre todo en el terreno técnico, le proporciona? De ser aceptable la primera opción, el environement montado por Ocaña nos ataca con un deseo regresivo poco claro: chapuza, apaño, bricole mistificadora que presenta un cadáver como ser vivo, todo ello entendido sin duda por su público –que suele 'pasar de todo'– precisamente como lo contrario; es decir, en su aspecto ascético (inexistente) como una redención en la manualidad. La segunda opción, en todo caso, no contribuye en absoluto a aclarar las cosas. Resulta evidente que la faceta de bricoleur de Ocaña nace más de unos medios teóricos y técnicos no posee que de la falta material suplida por la imaginación práctica; así es como un maniquí desmembrado y recompuesto, o un esqueleto de lo que fue en su momento un mueble, no nos sugiere en definitiva otra cosa que aquello que ya es en el amontonamiento casi heterogéneo de objetos que se nos muestran: el bricolage que trata de esconderse como un defecto, como una carencia, resulta casi siempre pertinente en el discurso por su misma impertinencia.
Un cierto desfase entre Ocaña y su entorno humano es localizable, por el momento, en que mientras el no 'pasa' (pongamos aquí aparte la acepción primera y quizá más clara de todo un repertorio léxico cuya variación semántica se origina en el ambiente de las drogas), su carencia de recursos vista como voluntariedad le hacen ser entendido como quien 'pasa'. De este modo, y si nos detenemos nada más que un instante en el problema, deberemos admitir que mientras el hecho de 'pasar' implica (aquí, ahora) una actitud digamos desmitificadora que no apunta a nada (o mejor, que apunta a un conglomerado supuestamente mítico desde lejos, 'estar pasado' supone en apariencia situarse en el propio terreno mítico descompuesto, como un envejecimiento prematuro. 'Pasar' frente a un hecho o cosa cualquiera –¿frente al 'rollo' mistificador?– sugiere, en la propia actitud del sujeto que se excluye, una acción desmitificadora moviéndose, por paradójico que pueda parecer, en la más absoluta pasividad. Es, antes que una acción, una detención consciente de defensa cuya supuesta eficacia surge invariablemente de lo (ya cada vez menos) inesperado. Así, si 'pasar' consiste en perder voluntariamente el tren de una colectividad recostada en la alienación mítica pensando que su destino y el nuestro no coinciden, 'estar pasado' puede indicar haber cogido el tren –y no necesariamente después de haberlo rechazado (¿'enrollarse mal'?) porque después de todo su destino no tiene porque ser peor que el nuestro.
La problemática sugerida por la exposición de Ocaña como acontecimiento, más que por la pintura, y, en definitiva, por el conjunto, Galería-Público/Montaje-Pinturas presentado así como clara oposición, reside en el hecho –ya conocido por lo demás– de la circularidad de corte alucinante de un Sistema estructurador: el rompimiento (sólo teórico) de este sistema devorador y poderoso, 'pasado', se constituye seguramente en los que 'pasan', pero como subsistema a su vez devorador de quien está 'pasado' con unos medios irrisorios... (lo cual, por otra parte, parece condenarle a ser utilizado por ambos bandos, entre los cuales es probable que acabe pereciendo a no ser que él y su equipaje se decidan a quedarse juntos, dentro o fuera, 'enrollándose bien' o 'enrollándose mal'). P.S.

Publicación: Artes plásticas, n.º 21
Fecha: ¿?/12/1977
Página: 43
Autoría: Pere Salabert



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