RECUERDO DE OCAÑA (Y DE LA GUERRA A LA NORMA)




José Pérez Ocaña durante los preparativos de su exposición "La primavera", en Barcelona, en 1982.

Ocaña, despedida del retrato intermitente

Hoy se cumplen quince años del fallecimiento del polifacético artista sevillano

SEVILLA.– Un 18 de septiembre de 1983 fallecía José Luis Pérez Ocaña, popularmente conocido como Ocaña. Artista polifacético, homosexual militante y animador de una Barcelona que se despertaba del largo sueño impuesto por la dictadura, murió en el municipio sevillano de Cantillana, su localidad natal, tras un accidente, mientras participaba en un desfile infantil.

Ocaña era un personaje contradictorio y, por ello, difícilmente manipulable por unos y por otros. No era el cordero indefenso que algunos desearon, ni su contestación era lo mínimamente ortodoxa que otros quisieran.

Ocaña amaba el ruido, el color, el rito, los fetiches, la fiesta, Goya, Lorca, las vírgenes, los cohetes... Ocaña amaba profundamente Andalucía, que era «como un gran cuadro surrealista», y las bombas que hacían correr a las gordas burguesas.

Su obra no era más que el producto de su personalidad. Desde el principio, huyó de las etiquetas: «Con lo sencilla que es toda mi pintura la clasifican de naïf. Mentira. Mi pintura no es naïf», declaró más de una vez. Creó, por contra, un mundo artístico personal lleno de inocentes asombrados por la vida.

Una primera fase de su obra la desarrolla en Cantillana. En esos momentos, no plasma nada más que las inquietudes del artista que lucha por liberar su sensibilidad oculta.

En 1970, con 23 años, se desplaza a Barcelona. Allí, sobrevive como pintor de paredes y encuentra el entorno adecuado para dar rienda suelta a sus ideas.

Se disfraza con las formas femeninas que, más tarde, pintará en sus cuadros: peinetas, mantones, volantes, vieja existencialista. Del brazo de su amigo, el dibujante Nazario, escandaliza a Las Ramblas, implanta el desnudo masculino. «¡Ya caen las hojas del otoño! ¡Con ellas, caen los vestidos y llega la libertad de los cuerpos!, proclama en el escenario el fin de la dictadura, al despelotarse».

En esta Barcelona de los setenta, de la burguesía hipócrita, de la marginalidad más absoluta, se gesta su mejor obra. A esta época corresponden las evocaciones a los velatorios, a las viejas enlutadas, el sentimiento mariano o el sentido trágico de lo andaluz.

Sus exposiciones se multiplican en distintos lugares: Barcelona, Tarragona, Mallorca, Ibiza, Zaragoza, Moguer...

Obtiene su mayor éxito de público, con la exposición La primavera, en Barcelona, patrocinada por el Ayuntamiento, en la capilla del hospital de Santa Cruz, con más de sesenta mil visitas.

MUERTE INESPERADA.– Su muerte, por inesperada, fue acaso la mejor metáfora de su vida. Como todos los veranos, regresaba a su localidad natal para pasar las fiestas, descansar y tomar apuntes para sus próximas exposiciones.

«Me gusta mucho ser de pueblo, y ser de este pueblo, donde unos me quieren y otros me critican. Cuando vengo una vieja se acerca y me dice: "Pepe, eres lo más lindo del mundo". Se da la vuelta y comenta con la vecina: "Ya ha vuelto el mariconazo ése". A mí me da igual, porque sé que si la gente pierde el sentido de la crítica todo se acabará».

Participaba en un desfile infantil organizado por la Asociación de la Semana de la Juventud. «Todos los años se organizaba un día dedicado a los niños. Ocaña prolongó ese año su estancia en Cantillana y decidió organizar un pasacalles», comenta uno de los organizadores de aquel evento.

Encabezaba el pasacalles, vestido de sol, con un traje realizado con papel maché y, rematado en sus extremos, por bengalas. Al finalizar el desfile, éstas incendiaron el disfraz, causándole quemaduras de segundo y tercer grado, en el treinta y cinco por ciento de su cuerpo.

Tras el accidente, fue ingresado en la planta de quemados del hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Después de quince días de recuperación, su afección se vio complicada por una infección hepática que había sufrido un año atrás. Fallecía a las 4,30 horas de la madrugada del 18 de septiembre de 1985.

Al día siguiente era enterrado en su localidad natal. «A él le hubiera encantado asistir a su sepelio. El pueblo y la iglesia adornados, mil quinientos asistentes, incluso, los que más le criticaron», nos comenta un amigo personal del artista.

Llegaron telegramas de toda España. Entre ellos, uno firmado por el cantautor Carlos Cano y el escritor Antonio Burgos que decía: «Ocaña, pluma de libertad. Hermano Blanco White, Bécquer, Cernuda. Viva la inteligencia, abajo Torquemada. Guerra a la norma».

Actor ocasional, éxito cinematográfico

Ocaña también colaboró en algunos proyectos cinematográficos como el cortometraje Manderley, de Jesús Garay; Silencis, de Xavier Daniel, y la película Ocaña, retrat intermitent de Ventura Pons, documento social sobre la Barcelona de los setenta, teñido de aire burlesco y de fantasía, en el que colaboró un abigarrado grupo de personajes de las Ramblas barcelonesas, que hacían papeles de extra.

Esta última película, que le dió cierta fama y dinero, fue proyectada en el Festival de Cannes, en la sección Una cierta mirada, dedicada al cine documental, con relativo éxito.

Angeles Masó comentaba así la proyección de este film en el prestigioso certamen francés: «Ocaña paseándose por la Croisette, con mantón y peineta. Fue la locura para los asistentes a la sesión del Miramar».

Como refleja la película de Ventura Pons, la transgresión fue la única norma en su vida. Su hermano Jesús así lo ha comentado: «José fue un provocador, pero un provocador en el sentido más positivo de la palabra. No es que fuera metiéndose con la gente, sin más. Él representaba su historia como algo festivo y lúdico. Y eso, claro, más tarde o temprano, se paga».

JOSÉ MARÍA RONDÓN

Publicación: EL MUNDO - ANDALUCÍA
Fecha: 18/09/1998
Página: 12
Autor: JOSÉ MARÍA RONDÓN



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