LAS RATAS DORADAS - IV
OCAÑA UNA ABEJA REINA
Martí Font y Diego Carrasco
FICHA PERSONAL
NOMBRE: José Pérez Ocaña
ALIAS: Ocaña
EDAD: 30
LUCIDEZ: Considerable
IDEOLOGÍA: Exótica y depauperada
ALTURA: Media
RAZA: Calé (por vocación)
SEXO: Redondo
PASIÓN: El color y la sexualidad
ESTADO CIVIL: Soltero
Ocaña, Ocañita, Ocaña-ae (Primera), coño con el Ocaña. Tío grande, que eres un tío grande. Que sí, chato, que hay que tener muchas narices para vestirse de Manola y ponerse las Ramblas por montera, y subir al escenario de Canet y darse el pico con otra loca, y encima pintar y hacer monigotes que cualquier etiquetador echará en el cajoncito «naïf». Que te lo montas muy bien, Ocañita, que pintas y haces arte con gracia y salero y sin tomarte demasiado en serio a ti mismo, que es lo bueno. Y por eso, ese dúo dinámico de la prensa urbana, el Martí Font y el Diego Carrasco, te han hecho esta entrevista tan bonita. Y el Ventura Pons se ha gastado los carretes contigo y te ha dedicado un filme, todo para ti solito, que se llama RETRAT INTERMITENT, y te va a llevar a ti, resalao, a Cannes y a donde sea. Olé tu gracia, Ocaña.
Una corralera con los brazos en jarras en actitud desafiante de la que brota una catarata de palabras que se atropellan por salir desbocadas de su lengua viperina, el brío de una faraona de Triana cuando se rebela y se rebela, y que explota con una mordacidad acunada en el borde de un abanico, un zapateado rabioso, el desplante de un golpe en el muslo, un puñal afilándose en el fondo de los ojos, un torbellino prefabricado, una vocación de escándalo: ante ustedes, señoras y señores, travestís sin saberlo... ¡Ocaña!
Mezcla de vandalismo sexual y orgullo tradicional, José Pérez Ocaña se ha subido a un pedestal que no tiene escalón de bajada, y que le exige jugar en su reducida plataforma hasta sus últimas consecuencias, haciéndole burlas a la más grande de las condenaciones satánicas que espera a cualquier españolito venido al mundo (te guarde Dios...): la reservada a aquellos que hacen de la provocación y del desmadre un derecho inalienable, la de quienes se sitúan al otro lado del reino del pudor.
Algunos todavía se preguntarán qué es lo que hace para haberse convertido en una celebridad extraoficial, y otros, algo más informados, se limitarán a decir «claro, es el tipo aquel que se desnuda en público cada vez que puede», o «sí, es aquel travestí que se paseaba por las Ramblas el pasado verano», y los miembros de la progresía de lujo quizá recuerden alguna fiesta en la que el animalillo era presentado como atracción especial. Pues nada de eso. Ocaña es pintor, en su doble vertiente de telas y paredes (cuando lo primero no funciona económicamente se dedica a lo segundo), y para demostrarlo está la increíble exposición que el octubre pasado hizo en la galería Mec-Mec. Aquella ocasión fue el momento que había estado esperando, volcó todas sus ilusiones y allí trabajaron duramente, durísimamente, todos sus amigos, porque Ocaña no se limitó a colgar sus cuadros en las paredes. Ocaña transformó el espacio de la galería en una caseta de feria, en su propia casa, en un velatorio, en una iglesia... cada rincón era un todo pensado y realizado con meticulosidad y esmero, entrañablemente, pero sin ningún alarde: todo era de cartón y papel, y los muebles, cama incluida, que adornaban la galería, eran los suyos. El día de la inauguración nadie hubiera creído que pudiera aglomerarse tanta gente en la pequeña calle de los Assahonadors. Aquello parecía una procesión de Semana Santa. La exposición/montaje consiguió un éxito considerable, con varias menciones destacadas en la prensa y hasta un reportaje televisivo para el programa «Trazos».
Pero no nos engañemos, Ocaña no es sólo un pintor; es un pintor además de otras cosas, además de ser Ocaña, que no es moco de pavo: número ambulante, actor consumado –como él mismo reconoce–, gran cupletista, excelente amigo, gran modisto, mediocre poeta, bailarín, escultor, escenógrafo, charlatán, obseso sexual... todo eso se verá públicamente gracias a una película sobre su vida y costumbres, «Ocaña, retrato intermitente», que dirigida por Ventura Pons, se proyectará próximamente en nuestras salas, como suele decirse. ¿Es suficiente?
Pega un chillido adornado de una histeria que no padece, se da unos golpes de abanico sobre el pecho, nos acaricia una pierna y se prepara para la entrevista. Le pedimos que se defina, y nos obsequia con un cuplé, primorosamente interpretado.
—«Yo soy esa / esa pura clavellina que va de esquina en esquina / volviendo atrás la cabeza / Lo mismo me llaman Carmen, que Lolilla que Pilar / Con lo que quieran llamarme me tengo que conformar / Soy la que no tiene nombre / la que a nadie le interesa / la perdición de los chulos / la que miente cuando besa / Ya lo sabéis, yo soy esa...» –se para, se abaniquea, nos mira–. Mira lo que soy, más sencillo de lo que parece. No eso que dicen los intelectuales o los marxistas, que dicen que yo soy... una cosa muy rara –se está refiriendo a un artículo sobre su exposición que apareció en la revista «Artes plásticas», firmado por P. S.
—Bien, pero la crítica que te hacen es que tú sueles usar esa imagen de Andalucía propiciada por el Ministerio de Información y Turismo...
—Pues yo qué te voy a decir, yo no creo que sea ningún folklórico –frunce el ceño, molesto–, ¿y si lo soy qué pasa? No sé cómo defenderme de eso porque no tengo que defenderme.
—¿Pero no has aprovechado esa imagen de andaluz gracioso, típico, que le cae tan bien a los catalanes, para hacerte de un público que te acepte?
—No, no la he aprovechado demasiado. Podía haberla aprovechado al máximo. Después de tantas cosas como he hecho, a nivel monetario podía haberme aprovechado. Podía haber alquilado un teatrillo, o montar un bar, y venga, el bar de Ocaña y todo eso... y, sin embargo, no lo he hecho, a la vista está. ¿Que he hecho una exposición de pintura? Hace mucho tiempo que tenía ganas de hacerla, y tampoco he aprovechado mi imagen –voltea la cabeza en un gesto de no beligerancia–. Pero, bueno, si ellos piensan que me he aprovechado, pues muy bien. He aprovechado cosas mías, y no de ellos.
Cuando contesta no mira al interlocutor, sino que dirige su parlamento a la minúscula rejilla del micro, como si fuera la oreja representativa y elegida por esa base que le sirve de auditorio. Está acostumbrado a dirigirse a un corro de miradas y no se conforma con hablar sólo a dos personas. Necesita alimentar esa expectación que se crea a su alrededor como el polvo que se levanta después de un baile en una caseta de feria, y que promete protegerlo con la misma seguridad que puede intoxicarlo. Pero lo hace muy sanamente, sin aspiraciones, por comunicarse.
—Bueno, háblanos de tu exposición.
—Mira, a mí que me digan literatura, teatro o pintura para el pueblo, pero que lo hagan como yo lo he hecho, no ya a nivel folklórico, sino a nivel vulgar si quieres, pero el vulgarismo del pueblo, el puro, el de la calle... –nos interroga con el gesto, buscando nuestra aprobación–. Entonces, yo digo que si al señorito intelectual no le interesaba, ¿para qué entra si no se entera de nada? –vuelve a dirigirse al articulista mencionado más arriba–. ¡Coño!, compararme con García Lorca, que no tenemos nada que ver. Hablando ya de clases, para decirlo de alguna manera, él era de una y yo soy de otra. Él era de izquierdas, ¿y qué? También en la izquierda hay muchos burgueses y gente de mucha pasta, y yo sí que soy del pueblo, pero del pueblo pueblo, que mi padre era albañil y barquero –dice con claro orgullo de su ascendencia–. Por eso, cuando la gente entraba en el velatorio que yo monté y decía que era lorquiano, yo me cagaba en Dios cincuenta veces, porque eso no es verdad, mi velatorio no era lorquiano –toma un respiro, pero necesita aliñar el comentario–. Yo no quiero que diga que le gusta, pero que me llame «pasao»... ¿quién será ese tal P.S.? Seguro que me tiene envidia o está enamorado de mí. Seguro que es un homosexual frustrado ese P.S. o cómo se llame.
—Entonces tú eres partidario de esa subcultura que un día bautizó Vázquez Montalbán...
—Bueno, pues sí. Me encanta la subcultura, me fascina. No quiero hablar de la próxima exposición porque no quiero adelantar acontecimientos, pero entonces me van a criticar a base de bien... es que para mí una exposición es eso, entrar y disfrutar. Y si yo entro en una exposición donde hay un jarrón de cartón del que salen flores naturales, una imagen de la Macarena, la habitación de un tío, un velatorio donde la gente se lo pasa bien, lo entiendo o no lo entiendo, pero no digo una frase por decir algo...
—O sea, que tú asumes, interpretas y eres consciente de tu papel de folklórica...
—¡Ayyy, yo sí, deja que hablen! Aquí la gente piensa que los andaluces somos muy capillitas, muy católicos, y no es cierto. Sí, nos gustan porque las imágenes son como de nuestra familia, la Macarena, la Esperanza de Triana, la Pastora... y nosotros somos muy coloristas, nos gusta poner flores... Yo, cada vez que puedo, en la Semana Santa de Sevilla echo mi viajito.
—De la cuestión politiquera no quieres saber nada...
—Ayyy, no sé, esos sí que son unos oportunistas... ¡aayyy!, no me hagas hablar de esa gente...
—¿Y del movimiento gay?
—¡Ayy!, ¡qué horribles son! ¡El movimiento gay!... –suelta un grito–. ¡No me hagas hablar! ¡Esa gentees punto y aparte!... –se incorpora, inquieto; le chispean las pupilas, está a punto de saltar una serpiente venenosa–. Una vez fui a una manifestación del Front de Liberación Homosexual, y había una tal que se llamaba Elisea… –da un golpe en el borde de la mesa, un desplante, y se lanza cuesta abajo, envuelto en un torbellino–, ¡y ahora me voy a soltar aquí el moño!, porque yo fui con Camilo, «la Nazaria», otro muchacho que iba vestido de tía... así en plan de reírnos mucho, porque nosotros... mira, nosotros somos muy pueblerinos, y... hombre, nos damos cuenta de las cosas que hay en el mundo, que estamos marginados, que estamos muy jodidos, que nos han utilizado lo mismo los de derechas que los de izquierdas, que a lo mejor el día que entre el comunismo vamos a estar más jodidos... en fin, todo eso. Pero que una loca terrible, maestra de escuela, que hace poner a los niños de rodillas y que le digan de «usted» y de «señor»... que venga a decirme a mí, cuando me puse con mi bandera, que yo era un exhibicionista y un narcisista... pues soy un exhibicionista y un narcisista, y me doy cuenta, y soy consciente de ello, lo que pasa es que no soy un cretino como él que espera estar metido en el Front para aprovechar las entrevistas de televisión y las entrevistas de revistas mediocres del país, que no digo cuáles son porque dejan mucho que desear... ¡y que venga a decirme a mí que con mi bandera tapaba la bandera rosa del Front de Liberación…!; si hay que hablar de banderas, a mí las banderas me la traen floja, porque yo tengo una bandera que tiene siete colores... ¡Decirme a mí que con mi bandera andaluza tapaba la bandera rosa del Front de Liberación, que es rosa descoloría, la madre que las parió! ¡Pues la bandera andaluza tiene mucha más historia que sus puñeteras madres!... ¡Porque es antigua, antigua, antigua! ¡Y se ha corrido mucha sangre por ella! ¡¡Pero por eso... que es un movimiento nuevo de cuatro locas baratas!! ¡Nada, nada, nada! ¡Yo soy antigua, antigua, antigua! Y no pago chulos como algunas... –ha cogido el abanico, para combatir el acaloramiento, pero el sarcasmo le tiembla en el labio inferior–. Bueno, y si hay que pagar chulos se pagan, pobrecitos, que no tienen dinero... Mira, eso es lo que pienso de esas locas. Hay algunas majas, para qué decirte que no, yo tengo algunas amigas muy graciosas, majas. La Banana… esas son muy graciosas, pero las otras… –y vuelve a subir y nosotros a bajar hasta el suelo–. Porque aquí en España pasará como en París, que las gay, las de la antigua Barcelona, esas serán muy graciosas... ¡pero las otras son unas antiguas! ¡Y acabarán solas, y perdidas, y viejas y carrosonas! Nosotras somos las locas terribles... ¿Qué más quieres, hijo, que te diga? ¡Las otras son unas antiguas, pseudointelectuales…!
Nos volvemos a sentar y, secándonos las lágrimas, seguimos preguntando:
—¿Entonces tú no necesitas movimientos reivindicativos?
—¿Yooo? ¿Pa qué, pa qué? Mira, yo soy una antigua, y a mí me gusta el morbo. ¿Que estamos marginadas? Bueno, ya me defenderé yo cada vez que haga falta. ¡Tengo yo una lengua poco perversa para defenderme! ¡Tanta hostia! está ya uno harto de tantas tonterías.
—¿A ti, todo eso del rock y de la nueva cultura, cómo te va?
—Ay, yo eso no, a mí no me gusta el rock. Yo soy muy antigua, a mí me gusta la música clásica. Chopin, Mozart, las cantigas de Santa María, la música antigua española, el mozárabe... –mira por dónde, que la folklórica nos ha salido clásica–. El rock me aburre muchísimo, y el rock catalán y el rock andaluz, horribles, ese disco de Veneno es una mierda. Lole y Manuel me gustan mucho. Pero el rock, el punk y todo eso...
—¿Tú no tienes nada que agradecer a esa moda que impuso el gay rock, que han creado un ambiente que te puede permitir moverte con más margen?
—No. Esos señores a mí no me dicen nada. Estará muy bien, yo no los tiro por el suelo, pero a mí no me sirven.
—¿Te identificas con los libertarios? Participaste en su fiesta...
—No, yo no me identifico con nada. Yo fui a desmadrarme y a divertirme, porque era una fiesta grande, de jóvenes... y ya está, pero yo no me identifico con gente con carnet político. Pero, vamos, ésos son los más graciosos de todo el país. Puede ser que yo esté más cerquita de ellos que de otros, pero yo no sé lo que es ser anarco, ni tengo carnet de ningún partido político, solamente el de identidad porque lo considero necesario, y no tengo ni seguro ni nada.
—¿Eres un individualista feroz?
—Puede ser. Uyyy, soy un feroz individualista. Pero «feroza». «Feroza» y sin melenas pelirrojas emprestadas. Que lo coja el que quiera.
—¿Qué opinas del nuevo travestismo, de las hormonas y todo eso?
—A mí no me hace falta hacer nada de eso, porque no me siento travestí ni un marica, ya lo he dicho muchas veces. Lo que me siento es persona, y creo que el sexo no me tiene por qué definir. Lo que pasa es que en esta sociedad te definen y a todo tienen que ponerle nombre. No me gusta que me metan en una caja y me pongan una etiqueta.
—¿Pero tú no favoreces eso con tu exhibicionismo, que se basa en una transgresión sexual?
—Bueno, mira... más que nada, cuando yo me disfrazo lo hago provocando a la gente. A una gente la provocó y a otra la hago pasar bien. A los garrulos, a los que vienen de trabajar de la fábrica o del campo, pues... les gusta. A lo mejor te están utilizando, pero prefiero ser utilizado por un tío que sale de trabajar en una fábrica que por otro tipo de gente.
—Pero suelen ser los más duros, los más crueles.
—Sí, son muy cabrones, pero a veces prefiero a un toro que me da una corná, que no ese falso toro que va callao y que es más jodido que el otro.
—¿Te has dado cuenta de que para toda esa progresía de ejecutivos, que tienen contactos sociales polivalentes, te has convertido en un objeto de buen ver?
—Sí, me di cuenta hace mucho tiempo. A muchas fiestas de Barcelona me han invitado porque soy un objeto de lujo. Pues, señores, el que quiera un objeto de lujo, va a ser como Andy Warhol. A pagar... –se calla, recuerda, está resentido–. Me han invitado a muchas fiestas como la mona que viene de las Ramblas para hacer disfrutar a los señores, que son unos muertos andantes...
—Eso te molesta...
—Bastante. Algunas veces quisiera ser la Carrie del escenario, para poder matarlos a todos con la mirada. Antes iba a esos sitios porque no me daba cuenta, y para disfrutar, y de vez en cuando... ya me entiendes, alguna carne caía. Cuando me di cuenta, de todas formas, ya no fui más. Si sin vestir me quieren, voy. No me obligaban a ir disfrazado, pero se veía claro...
—¿Y este personaje que creas cuando te disfrazas, es de ficción o es tu alter ego?
—Bueno, es teatro, pero no falso, porque me gusta hacer teatro vestido de tía. Yo utilizo el disfraz de la mujer. No es que yo me sienta una mujer cuando me disfrazo, porque no me siento, y con esto no trato de justificarme en absoluto, lo que pasa es que me convierto en un actor vestido de mujer a la forma antigua, que me gusta mucho, y puedo interpretar papeles, que me fascina. Pero no me siento un travestí... en realidad te portas como un travestí en cuanto que te vistes de mujer, pero yo no soy un travestí. Para mí la idea del travestí es otra, la idea de mi travestí, ¿entiendes?, es la idea del cachondeo, de la locura, el hacer teatro, jugar... pasármelo bien. Yo actúo con el disfraz, no me siento mujer. El travestí que más me gusta es el de vieja.
—Antes decías que preferías relacionarte con los que vienen de trabajar en una fábrica, aunque fueran más crueles, que con esa progresía intelectualoide. En cambio te has venido a una ciudad buscando eso mismo.
—Bueno, no exactamente buscando eso, porque tampoco estoy siempre en un lado, ¿entiendes? Últimamente paso bastante de esa gente los modernos que se reúnen en Zeleste, por ejemplo, pero también me gustan, como me gustan los garrulos; me encanta cómo hablan –sonríe enternecido–. Soy bastante brujo.
—¿Te interesa la magia?
—Ay, sí. No me la creo pero me fascina. Es como Dios. No lo veo, pero me encantaría encontrármelo una noche frente a frente. Con un Dios hecho de carne. Una vez hacía el amor con una amiga mía, y me decía: «Ay, Ocaña, yo quiero hacer el amor con Dios».
—¿Y lo más cercano que encontró fuiste tú?
—Claro. La diosa Ocaña. Porque también tengo mis desviaciones. A veces me voy con mujeres, fíjate qué raro.
Ocaña, una abeja reina que disfruta con un cuadro de Chagall o Modigliani, y un cuplé de Juanita Reina. Definitivo.
Nos volvemos a sentar y, secándonos las lágrimas, seguimos preguntando:
—¿Entonces tú no necesitas movimientos reivindicativos?
—¿Yooo? ¿Pa qué, pa qué? Mira, yo soy una antigua, y a mí me gusta el morbo. ¿Que estamos marginadas? Bueno, ya me defenderé yo cada vez que haga falta. ¡Tengo yo una lengua poco perversa para defenderme! ¡Tanta hostia! está ya uno harto de tantas tonterías.
—¿A ti, todo eso del rock y de la nueva cultura, cómo te va?
—Ay, yo eso no, a mí no me gusta el rock. Yo soy muy antigua, a mí me gusta la música clásica. Chopin, Mozart, las cantigas de Santa María, la música antigua española, el mozárabe... –mira por dónde, que la folklórica nos ha salido clásica–. El rock me aburre muchísimo, y el rock catalán y el rock andaluz, horribles, ese disco de Veneno es una mierda. Lole y Manuel me gustan mucho. Pero el rock, el punk y todo eso...
—¿Tú no tienes nada que agradecer a esa moda que impuso el gay rock, que han creado un ambiente que te puede permitir moverte con más margen?
—No. Esos señores a mí no me dicen nada. Estará muy bien, yo no los tiro por el suelo, pero a mí no me sirven.
—¿Te identificas con los libertarios? Participaste en su fiesta...
—No, yo no me identifico con nada. Yo fui a desmadrarme y a divertirme, porque era una fiesta grande, de jóvenes... y ya está, pero yo no me identifico con gente con carnet político. Pero, vamos, ésos son los más graciosos de todo el país. Puede ser que yo esté más cerquita de ellos que de otros, pero yo no sé lo que es ser anarco, ni tengo carnet de ningún partido político, solamente el de identidad porque lo considero necesario, y no tengo ni seguro ni nada.
—¿Eres un individualista feroz?
—Puede ser. Uyyy, soy un feroz individualista. Pero «feroza». «Feroza» y sin melenas pelirrojas emprestadas. Que lo coja el que quiera.
—¿Qué opinas del nuevo travestismo, de las hormonas y todo eso?
—A mí no me hace falta hacer nada de eso, porque no me siento travestí ni un marica, ya lo he dicho muchas veces. Lo que me siento es persona, y creo que el sexo no me tiene por qué definir. Lo que pasa es que en esta sociedad te definen y a todo tienen que ponerle nombre. No me gusta que me metan en una caja y me pongan una etiqueta.
—¿Pero tú no favoreces eso con tu exhibicionismo, que se basa en una transgresión sexual?
—Bueno, mira... más que nada, cuando yo me disfrazo lo hago provocando a la gente. A una gente la provocó y a otra la hago pasar bien. A los garrulos, a los que vienen de trabajar de la fábrica o del campo, pues... les gusta. A lo mejor te están utilizando, pero prefiero ser utilizado por un tío que sale de trabajar en una fábrica que por otro tipo de gente.
—Pero suelen ser los más duros, los más crueles.
—Sí, son muy cabrones, pero a veces prefiero a un toro que me da una corná, que no ese falso toro que va callao y que es más jodido que el otro.
—¿Te has dado cuenta de que para toda esa progresía de ejecutivos, que tienen contactos sociales polivalentes, te has convertido en un objeto de buen ver?
—Sí, me di cuenta hace mucho tiempo. A muchas fiestas de Barcelona me han invitado porque soy un objeto de lujo. Pues, señores, el que quiera un objeto de lujo, va a ser como Andy Warhol. A pagar... –se calla, recuerda, está resentido–. Me han invitado a muchas fiestas como la mona que viene de las Ramblas para hacer disfrutar a los señores, que son unos muertos andantes...
—Eso te molesta...
—Bastante. Algunas veces quisiera ser la Carrie del escenario, para poder matarlos a todos con la mirada. Antes iba a esos sitios porque no me daba cuenta, y para disfrutar, y de vez en cuando... ya me entiendes, alguna carne caía. Cuando me di cuenta, de todas formas, ya no fui más. Si sin vestir me quieren, voy. No me obligaban a ir disfrazado, pero se veía claro...
—¿Y este personaje que creas cuando te disfrazas, es de ficción o es tu alter ego?
—Bueno, es teatro, pero no falso, porque me gusta hacer teatro vestido de tía. Yo utilizo el disfraz de la mujer. No es que yo me sienta una mujer cuando me disfrazo, porque no me siento, y con esto no trato de justificarme en absoluto, lo que pasa es que me convierto en un actor vestido de mujer a la forma antigua, que me gusta mucho, y puedo interpretar papeles, que me fascina. Pero no me siento un travestí... en realidad te portas como un travestí en cuanto que te vistes de mujer, pero yo no soy un travestí. Para mí la idea del travestí es otra, la idea de mi travestí, ¿entiendes?, es la idea del cachondeo, de la locura, el hacer teatro, jugar... pasármelo bien. Yo actúo con el disfraz, no me siento mujer. El travestí que más me gusta es el de vieja.
—Antes decías que preferías relacionarte con los que vienen de trabajar en una fábrica, aunque fueran más crueles, que con esa progresía intelectualoide. En cambio te has venido a una ciudad buscando eso mismo.
—Bueno, no exactamente buscando eso, porque tampoco estoy siempre en un lado, ¿entiendes? Últimamente paso bastante de esa gente los modernos que se reúnen en Zeleste, por ejemplo, pero también me gustan, como me gustan los garrulos; me encanta cómo hablan –sonríe enternecido–. Soy bastante brujo.
—¿Te interesa la magia?
—Ay, sí. No me la creo pero me fascina. Es como Dios. No lo veo, pero me encantaría encontrármelo una noche frente a frente. Con un Dios hecho de carne. Una vez hacía el amor con una amiga mía, y me decía: «Ay, Ocaña, yo quiero hacer el amor con Dios».
—¿Y lo más cercano que encontró fuiste tú?
—Claro. La diosa Ocaña. Porque también tengo mis desviaciones. A veces me voy con mujeres, fíjate qué raro.
Ocaña, una abeja reina que disfruta con un cuadro de Chagall o Modigliani, y un cuplé de Juanita Reina. Definitivo.
Publicación: Fotogramas, n.º 1542
Fecha: 05/05/1978
Página: 27, 28, 29 y 44
Autoría: Martí Font y Diego Carrasco
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