LOCAS, PLUMAS Y MARICAS.
¡Hagan Juego…!!
"¿Maricón? Sí, gracias". Así ponía la pegatina. No sabía si ponérsela o si guardarla como recuerdo en el cajón, ya tan lleno de sus intimidades. Redonda como la de las nucleares, sentía que era una provocación para los demás, pero a la vez le tentaba. Desde niño, el término le había sonado a insulto, a desprecio por parte de todos aquellos que aún se creían normales. Una normalidad aparente hacia la que todo el mundo le empujaba. Y él se resistía. La pegatina era realmente una tentación para perder la vergüenza de ser precisamente eso: maricón.
Sabía que cuando alguien insultaba a los demás con ese término, se estaba insultando a sí mismo. Porque negaba su propio deseo de ser también maricón, de ser loca, de poder desear de una forma loquísima, tanto a los hombres como a las mujeres, tanto a los niños como a las carrozas. Insultar a la policía de maricones era justificar la represión a los propios maricones, insultar a las mariquitas por la calle era asegurar su propia insegura normalidad; sin saber que el ser maricón es la única salida de los machos, que el ser lesbiana, la única salida de la mujer frente al macho y frente a sí misma. Y que, entre maricones y lesbianas, un nuevo deseo sexual es hoy ya posible.
Harto de esconderse en el "ghetto" y de disimular en la calle; harto de buscar en lo gay la normalidad y el prestigio perdido por ser precisamente maricón; harto de intentar imitar en sus modales y en sus bigotes al macho perdido y traicionado, cogió la pegatina y se la colocó en la chaqueta, bien visible, venciendo una duda ancestral.
Se dio cuenta de que el armario en el que había estado encerrado, seguía estando ahí. Creía haber salido de él cuando simplemente lo único que le habían construido era un nuevo armario de cristal. Sabía que la ilusión debía romperse. La homosexualidad, el mariconeo, no era su problema, sino el de aquéllos que aún iban con el cinturón de la normalidad alrededor de su cuerpo.
Con un estruendo, las paredes de cristal se vinieron abajo. Y salió a la calle.
El día era oscuro, ¿cómo podía ser de otra forma? Las caras, tristes y serias; los cuerpos, estirados e inexpresivos. El sol, sin embargo, empezaba a empujar tímidamente con sus rayos esos eternos nubarrones…
Sabía que cuando alguien insultaba a los demás con ese término, se estaba insultando a sí mismo. Porque negaba su propio deseo de ser también maricón, de ser loca, de poder desear de una forma loquísima, tanto a los hombres como a las mujeres, tanto a los niños como a las carrozas. Insultar a la policía de maricones era justificar la represión a los propios maricones, insultar a las mariquitas por la calle era asegurar su propia insegura normalidad; sin saber que el ser maricón es la única salida de los machos, que el ser lesbiana, la única salida de la mujer frente al macho y frente a sí misma. Y que, entre maricones y lesbianas, un nuevo deseo sexual es hoy ya posible.
Harto de esconderse en el "ghetto" y de disimular en la calle; harto de buscar en lo gay la normalidad y el prestigio perdido por ser precisamente maricón; harto de intentar imitar en sus modales y en sus bigotes al macho perdido y traicionado, cogió la pegatina y se la colocó en la chaqueta, bien visible, venciendo una duda ancestral.
Se dio cuenta de que el armario en el que había estado encerrado, seguía estando ahí. Creía haber salido de él cuando simplemente lo único que le habían construido era un nuevo armario de cristal. Sabía que la ilusión debía romperse. La homosexualidad, el mariconeo, no era su problema, sino el de aquéllos que aún iban con el cinturón de la normalidad alrededor de su cuerpo.
Con un estruendo, las paredes de cristal se vinieron abajo. Y salió a la calle.
El día era oscuro, ¿cómo podía ser de otra forma? Las caras, tristes y serias; los cuerpos, estirados e inexpresivos. El sol, sin embargo, empezaba a empujar tímidamente con sus rayos esos eternos nubarrones…
"Gay" o maricón, ¿qué más da?
Homosexual, término científico. Gay, término respetuoso, sinónimo de status social respetable, o de cómo los maricones intentan vestirse de seda. Maricón, término de dominio popular o la llaneza de lo oprimido cotidianamente... Antes éramos todos maricones; ahora ya somos gays o maricones, homosexuales para las mentes bienpensantes que siguen concibiendo la sociedad como un laboratorio experimental. En la calle, maricón; sentado en una mesa bien, o alternando en una fiesta moderna, sin deslucirla: gay.
Nuestro tan odiado sistema sigue jugando con nosotros entre el rechazo y la tolerancia. Un juego que, por supuesto, le reporta nuevos e insospechados beneficios. Interesado en fortalecer al máximo la normalidad vigente, veía cómo un nuevo terremoto venía a resquebrajar sus glorificadas estructuras. Ya no eran sólo los obreros pidiendo aumento de salarios u ocupando fábricas, ni los vecinos de un barrio impidiendo la edificación de la especulación, sino que también las mujeres ocupaban su propio cuerpo impidiendo su especulación, y las mariconas levantaban barricadas frente a la heterosexualidad, deseando a los hombres descaradamente, a los ojos de todo el mundo. La heterosexualidad, esa forma odiosa de dominar el hombre a la mujer, empezaba a saltar por los aires. Porque las relaciones entre hombres y mujeres no tienen nada que ver con esa heterosexualidad que nos han impuesto desde nuestro nacimiento.
Los homosexuales empezaron a organizarse a la sombra de un movimiento feminista pujante que había roto el primer muro de contención. Pero, pronto, las tentaciones del Poder, de la normalidad, se abalanzaron sobre ese movimiento homosexual. Entre la mala conciencia por su homosexualidad, por parte de algunos, y la astucia de ese Poder que intenta y sabe canalizar toda nueva fuerza social que aparece, el camino de la integración ha sido limpiado de espinas para convertirse en un lujoso camino de rosas. Homosexual, sí, pero no diferente a los llamados normales, empezaron a clamar algunas voces; y lo gay empezó a desarrollarse comenzando, a su vez, a marginar a las propias mariconas. Un maricón y, además, pobre, no está bien visto. Y el "ghetto" empezó a desarrollarse como puente para llegar a la normalidad de lo anormal, como forma de explotar la homosexualidad, como forma de salvaguardar los valores eternos de esta sociedad. Los gays empezaron a jugar al flirteo con el Poder, al juego de la legalización.
La liberación de nuestra homosexualidad, de la homosexualidad que todos tenemos latente como deseo reprimido, no pasa por conseguir un status social de lo gay, sino por perder la vergüenza de ser simplemente eso, maricones. Maricones despreciados, pero que estamos aquí, que estamos en el deseo de cada uno, en la locura de nuestras frustraciones y represiones.
Por supuesto, no simplemente mariconas, también obreros de fábrica, descargadores, camioneros, enfermeros, profesores, parados, desocupados, estudiantes, niños, carrozas, gárrulos, mujeres, cabareteras... Sabiendo que nuestra liberación no pasa por ser gays y por ser legalmente bien vistos y aceptados, sino por revolucionarlo todo.
Autonomía, tienes nombre de mujer
Empieza a dar la sensación de que para ser maricón, para hacer de su cuerpo lo que a uno le venga en gana, hay que pedir cada día más permisos, rellenar más instancias, realizar arduas negociaciones, establecer importantísimos pactos y llegar al increíble consenso de que las mariconas dejen de ser piezas de escándalo y acepten unas estructuras que nieguen de entrada la propia homosexualidad, como algo a socializar en el deseo de todo el género humano.
Frente a la integración y al encorsetamiento de nuestros deseos homosexuales, sólo cabe una salida: la autonomía de nuestros deseos, de nuestras actividades, de nuestros proyectos. El movimiento homosexual, todas las mariconas, deben aprender a avanzar a partir de sus propias fuerzas, sin problemas de conciencia, de falsa culpabilidad, sin vergüenza. Cuestionando la heterosexualidad machista de los demás, y el machismo gay de nuestros compañeros.
Cómo creernos la colaboración de quienes, hasta la fecha, nos despreciaban y nos perseguían cuando, a cambio, nos exigen una actitud normalizada, de gente seria y respetable. No esperamos que algo cambie para que todo siga igual. Antes, para ser maricón, tenías que enfrentarte con la policía o con el desprecio general; ahora, además, parece como si tuvieras que rellenar miles de formularios y pasar por oficinas.
Nuestros queridísimos partidos, nuestros bienamados sindicatos, nuestras bienpensantes entidades municipales, nos besan como la mujer-araña, para mejor enredarnos en sus pegajosas telas. El Capital y sus fieles colaboradores de todos los colores, han hecho como el lobo de nuestros miedos infantiles: se han disfrazado de corderos.
Hoy, estamos entrando en una etapa en que el ser homosexual se está institucionalizando como una categoría social más, bien deslindada, con una frontera aséptica para impedir la posible contaminación. Una institucionalización para que nada sustancial cambie, porque, precisamente, no nos la creemos ya.
Cómo creernos la tolerancia de un sistema que ha sido capaz de matar a miles de homosexuales, simplemente por el hecho de serlo, para mantener su propia supervivencia. Cuando, además, esa tolerancia significa un aumento de sus beneficios, a costa de la represión de nuestro deseo homoerótico (modas, música, espectáculos, pornografía, etc.).
Por eso los maricones, si queremos liberar la homosexualidad y acabar con las estructuras que la ahogan constantemente, debemos fortalecer nuestra autonomía en todas las facetas de nuestra cotidianeidad, de nuestro movimiento. Por supuesto, de una forma colectiva, y desde todas las esquinas…
Darío
(del Col·lectiu de Maricons Autònoms)
Empieza a dar la sensación de que para ser maricón, para hacer de su cuerpo lo que a uno le venga en gana, hay que pedir cada día más permisos, rellenar más instancias, realizar arduas negociaciones, establecer importantísimos pactos y llegar al increíble consenso de que las mariconas dejen de ser piezas de escándalo y acepten unas estructuras que nieguen de entrada la propia homosexualidad, como algo a socializar en el deseo de todo el género humano.
Frente a la integración y al encorsetamiento de nuestros deseos homosexuales, sólo cabe una salida: la autonomía de nuestros deseos, de nuestras actividades, de nuestros proyectos. El movimiento homosexual, todas las mariconas, deben aprender a avanzar a partir de sus propias fuerzas, sin problemas de conciencia, de falsa culpabilidad, sin vergüenza. Cuestionando la heterosexualidad machista de los demás, y el machismo gay de nuestros compañeros.
Cómo creernos la colaboración de quienes, hasta la fecha, nos despreciaban y nos perseguían cuando, a cambio, nos exigen una actitud normalizada, de gente seria y respetable. No esperamos que algo cambie para que todo siga igual. Antes, para ser maricón, tenías que enfrentarte con la policía o con el desprecio general; ahora, además, parece como si tuvieras que rellenar miles de formularios y pasar por oficinas.
Nuestros queridísimos partidos, nuestros bienamados sindicatos, nuestras bienpensantes entidades municipales, nos besan como la mujer-araña, para mejor enredarnos en sus pegajosas telas. El Capital y sus fieles colaboradores de todos los colores, han hecho como el lobo de nuestros miedos infantiles: se han disfrazado de corderos.
Hoy, estamos entrando en una etapa en que el ser homosexual se está institucionalizando como una categoría social más, bien deslindada, con una frontera aséptica para impedir la posible contaminación. Una institucionalización para que nada sustancial cambie, porque, precisamente, no nos la creemos ya.
Cómo creernos la tolerancia de un sistema que ha sido capaz de matar a miles de homosexuales, simplemente por el hecho de serlo, para mantener su propia supervivencia. Cuando, además, esa tolerancia significa un aumento de sus beneficios, a costa de la represión de nuestro deseo homoerótico (modas, música, espectáculos, pornografía, etc.).
Por eso los maricones, si queremos liberar la homosexualidad y acabar con las estructuras que la ahogan constantemente, debemos fortalecer nuestra autonomía en todas las facetas de nuestra cotidianeidad, de nuestro movimiento. Por supuesto, de una forma colectiva, y desde todas las esquinas…
Darío
(del Col·lectiu de Maricons Autònoms)
La revista completa
Publicación: Ajoblanco, n.º 55
Fecha: ¿?/05/1980
Página: 29, 30, 31 y 32
Autoría: (texto) Darío y (foto) ¿? (a partir de las fotos originales de Pep Domènech)
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