ARBIDE, Joaquín (2005): Sevilla en los 70, Sevilla, RD Editores.
José Pérez Ocaña, para todos Ocaña, fue uno de los pioneros del «strip-tease» y de la «performance» en España y también uno de los primeros en defender en los 70 un sexo sin prejuicios, libre y combativo al mismo tiempo. Agarrado del brazo de su amigo Nazario, este pintor de Cantillana (Sevilla), desfilaba disfrazado de mujer folclórica, con sus tacones bien altos, sus volantes y vistosos abanicos, por las Ramblas de Barcelona. [...] Por este paseo, custodiado en sus aledaños por prostitutas y charnegos, mostraba sus partes pudendas escandalizando a la solemnidad moral, a los escoltas del puritanismo. En un país donde la enquistada dictadura de Franco dividía a los hombres entre machos y homosexuales, Ocaña optó por la otra vía, pese a que con ello tuviera que tragarse el veneno que derrochaba el desprecio de las alcahuetas de su pueblo, las piedras que le tiraban los obreros y la incomprensión del resto de sus vecinos, incómodos en la exhibición pública de sus juegos eróticos. Pero tras esta piel de travesti se ocultaba el alma de un pintor que, si bien se ganaba los duros pintando paredes con Titanlux, acabó mostrando sus cuadros en galerías y obteniendo un notable reconocimiento. En la pintura de Ocaña [...] se vislumbra una necesidad de narrar fuera del área de conflicto que suponía su abierta homosexualidad.
«Es la pintura de un guerrillero que combate el dolor de su injusta existencia con flores y batas de cola, con una fe en la vida por sí misma. Es una forma de llamar la atención sobre él, sobre una personalidad símbolo.» Ventura Pons, a través de su película, vio en el cantillanero un símbolo, un emblema del cambio, de la ruptura con el mundo obsoleto al que había conducido la dictadura de Franco. Hijo de albañil y de una costurera, Ocaña fue una figura que «hizo de su promiscuidad una bandera, un signo de libertad».
Fue en su pueblo, en la fiesta de la juventud, donde se produjo el fatal accidente. El fuego solar de su disfraz de Astro Rey le prendió el vestido, hecho con mil tiras de papel. Alguien le prendió fuego. En un instante Ocaña era un bonzo involuntario. Cubierto de quemaduras fue trasladado al hospital donde muere en 1983, por una complicación, además, con una hepatitis mal curada. Alguien dijo que Ocaña había muerto «de un sidazo» en un hospital. Aunque hubiese sido así, el sida lo contrajo Ocaña porque quiso. Las quemaduras por el fuego de su traje se las hicieron contra su voluntad. Ahí está, para mí, la diferencia. Porque en 1983, en Cantillana, todavía se quemaba a los maricones por la calle, como si de una santa inquisición se tratase. Atrás queda el recuerdo del artista no aceptado en su tierra. Tan no aceptado que lo mataron. Ahora recordamos el plano final de su película. La imagen nostálgica de un Ocaña, sin postizos y sin maquillajes, que pasea lentamente por unas ramblas, esta vez desiertas, con la luz lechosa del amanecer mediterráneo al fondo...
Pasado algún tiempo Carlos Cano, al que también se le paró el corazón, pero de otro modo, le escribió y cantó este romance: Era malvaloca, / loca de querer, / cerveza la boca, / los ojos café, / y qué bonita pintaba la ilusión / y qué bonita cantando en su balcón. / Regaba la rosa, regaba el clavel, / y entre copla y copla / soñaba con él, / era alegría de las ramblas... corazón / armaba el taco ¡era la revolución! / Virgen de peineta y de mantilla / pluma de abanico... torbellino, / ¡ay! virgen como Carmen de Lirio. / ¡Ay! se fue... se fue vestida de día, / ¡Ay! se fue... se fue vestida de sol, / ¡Ay! se fue... las malas lenguas decían / ¿qué fuego la prendería? ¡el fuego del corazón! / Feria en Cantillana, / cometa de fuego, / que en la primavera / subió para el cielo / un ángel malo le estará cantando a Dios / «Ojos verdes»... / «María de la O». / Fue libre en su duda, / libre en el te quiero, / ¡libre! ¡libre! libre como el viento / y pagó el precio de vivir / y la alegría la pagó.
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