OCAÑA EN "DEZINE" (DE ALBERTO CARDÍN Y LA NUEVA OLA MADRILEÑA)



HEMEROTECA (¿?/09/1980): 

OCAÑA: THE MAKING OF A SUB-STAR 


Amargado a fuer de lúcido, según la teoría de Agustín Tena para "El País", y, aunque ni tan lúcido como Levy o Sánchez Dragó, ni tan amargado como Savater, por no haberme pintado tampoco de bonito D. Amando –que tiene nombre de gerundio, ¿no?–, he ido viendo cómo la new wave madrileña, con aires de tsunami a lo Irwin Allen –digamos: entre la transparencia y el regaderazo–, arrasaba los amplios espacios coralinos que corren desde El Sol hasta Las Salesas, repitiendo con los de Burning Spears –rastas lucidísimos– el mantra de rigor: "on a cultural level…".


¡Cráneos privilegiados éstos de la new wave! Han logrado hacer modernos en Madrid a gente que nunca lo fue en Barcelona, tipo Federico Jiménez Losantos, a quien entraban sudores con sólo pisar los broncineos umbrales del Ópera o el Jazz Colon, y que ahora va de hacer letras a Las Chinas y chascando los dedos por la calle. Otros, más antiguos que Villena –que, al cabo, no tiene empacho en declararse coetáneo de Antineo–, han pasado, en Madrid mismo, de los armiños al leopardo sintético, y del estilo Corte Inglés a la moda trapería "op", lo que demuestra las virtudes salvíficas –"on a cultural level"– de la new wave.
No llegan por aquí, por Barcelona, sino salpicaduras noticiosas de tamaña ola de modernidad, y los cachalotes que en estas aguas quedamos embarrancados, sentimos resbalar por nuestra piel de cetáceos –en algo hemos de distinguirnos de los que se van a Madrid, que la tienen, como Meliá, de paquidermo– las fusas catalépticas de Alaska y sus pegatinas, y el futuro que ya está aquí, patinando con la moda juvenil.
Es posible que los viejos roqueros nunca mueran, porque enganchan, por vía de lo contiguo, con la new wave, y que los viejos comprometidos resuciten, en virtud del poder que CBS, el Partido, y hasta la Moncloa les tienen conferida. Los viejos modernos de aquí, cuya modernidad consistía tal vez en ir de tiradas por el Ópera y por Ramblas, y terminar en Zeleste cuando aún no se había convertido en un retrete higiénico, para acabar de orgía en cualquier cuchitril del Casc Antic, o simplemente quedar para comprar basura al día siguiente en Los Encantes, semejantes desechos ni siquiera han tenido la opción de resucitar o continuar transformándose, porque cuando saltaron a la fama eran ya otros, y los más pasaron directamente a la basura.


Son ritmos distintos los que hoy rigen para la new wave, para Madrid en general y siempre, y los que marcaban las barreras zonales de Barcelona, cuando aún había algo que marcar: las aduanas, curiosamente fueron desapareciendo según las estilizadas "zonas altas", cuyo límite de estilo comenzaba en el sur por Groc, empezando a mostrar su consunción. Los Toni Miró, los Xavier Oliver y sus einas, los Ventura Pons, empezaron a husmear en busca de una cierta inspiración donde antes, ni siquiera en plan de vicio, se atrevían a bajar. Fue así como Ocaña comenzó a ser invitada a los parties del Taller de Arquitectura, antes de que su obra pionera, Walden 7, comenzara a caerse a trozos, y como Adolfo, considerado antes un parvenu de la moda, comenzó a preparar las colecciones de Groc –por supuesto, sin firmar–, así como Ventura Pons, no muy afortunado como cineasta hasta entonces, descubrió como tema a la Ocaña, es decir, la dejo hacer ante la cámara, y luego puso la firma.
Es posible que la misma entente cordial ocurrida desde entonces haya hecho olvidar la separación, e incluso el desprecio anteriores; nada mejor que las alianzas de mutuo interés para olvidar piques precedentes. La aparición de locales concordatarios, hoy ya hechos almoneda, como Bailes selectos, donde las locas tiradas, con pretensiones de estilo, se mezclaban con periodistas del PSUC, y las habituales del Equilibrio y de los parties de Carlos Martorell hacían migas con las afectas del Arco Iris y las promiscuas visitantes de los salones de Ocaña, dieron la ilusión de un feliz encuentro de modos, que nadie podía esperar que terminara en nada.
Dos años han pasado desde que Ocaña quedara consagrada para España en las negritas de Umbral, y desde entonces no solamente ha podido saludar a Karen Black –que debió percibirla un tanto revirada por su ojo bizco–, e ir al Studio 54, sino que ha decorado los "bearns" de media aristocracia mallorquina, y montado más retablos y belenes por los vestíbulos de los cines que varias cofradías de "pessebristes" trabajando a destajo. Pero esta Ocaña que los salones aceptan, las letras de molde recogen y hasta el público de provincias reconoce, que guarda incluso, como nunca soñara, varios millones en su cartilla de Correos, ¿es aquella misma Ocaña pionera, moderna y tirada que yo, como cachalote varado en aguas de una modernidad que no fue new wave, recuerdo?
Viéndola sentada el día del orgullo gay del FAGC, en la terraza del Ópera, atrayendo la completa atención de los diez fotógrafos apostados para captar una manifestación de besos y magreos –"¡trencar la norma!" habían dictado las chicas del Front–, que lógicamente no se produjo. recordé los mejores tiempos de la Ocaña cuando, sin ser ni travestí ni militante, se unía estratégicamente a la manifestación por donde andaban los chicos de la prensa y se abría nada más ser fotografiada. Eliseo Picó, una de las dirigentes, azuzaba contra ella al servicio de orden, pero todo era inútil: la Ocaña salía en todas las revistas, mientras Eliseo, Roger de Gaimón y las demás, tenían que hacerlo de espaldas o en fotos serísimas, en las páginas interiores de Alternativas o Solidaridad obrera, y haciendo mamotréticas declaraciones de principios.
Pero la Ocaña seria, apayasada, vestida con un canotier nuevo y unos impolutos bombachos marroquíes era ya la Ocaña post Retrat intermitent. Una Ocaña no modelada por el director ni por sí misma, sino facetada al ritmo de la aceptación del medio, de ese medio concordatorio que antes apuntaba.
Una historia sabida, ¿no? El chico de zona deprimida que hacía cocinitas con su mamá, y que, llegado a la gran ciudad, quiere ser artista, comparte la brocha grande con el pincel y termina haciendo de falso travestí para triunfar a la vez en el cine y la pintura. Con rasgos de mayor sordidez, y con menores destellos, la historia, por ejemplo, de Yves Saint-Laurent o de Andy Warhol. Pero es que cada historia, en su repetición, tiene esa marca del recuerdo que yo intento salvar. Una tozudez personal mía, que seguramente la misma Ocaña no comparte. Y en ese rastro del recuerdo, unido al avinagramiento que la new wave atribuye al lúcidos y memoriosos, más que en una especifidad hispánica de los sub, es donde veo yo el interés del a star is born peculiar de Ocaña.
Una historia de sub-estrellato, no explicada en su Retrat intermitent –lógico, porque era a la vez el origen y el recuerdo encubridor del mito–, en la que más que el padre que la tiraba en un saco cerrado al río, el hermano guardia civil, o las romerías de la Bienaparecida, en Cantillana, su pueblo, tiene que ver el liderazgo en CC.OO. de su otro hermano, en Barcelona, el patronazgo de Solé Barberá, los empujones periodísticos de varios plumíferos morbosos, y la simbiosis cómplice de un cierto disseny –"diseñi", como Adolfo lo calificó en su día–, barceloní.
No le interesaban a semejantes padrinos los ludibrios de la Ocaña en su guarida de Plaza Real, más que como relato que podía mencionarse, pero no verse. Y empezó así Ocaña a refinarse, y a decir "chupar penes", en vez de "mamar pollas". Aprendió a poner la voz apagada y el mohín melancólico de quien medita mucho, cuando lo suyo era hablar a voz en grito y ponerse triste sólo cuando no había tragado bastante "zemen". De travestirse para excitar a los machos que le caían por su casa, pasó Ocaña a hacerse travestí ocasional para llamar la atención, y, curiosamente, acabó en su película haciendo de Édith Piaf, de Estrellita Castro y de Manola que recitaba a los Quintero. Difícilmente la cosa hubiera colado de otro modo. Malamente hubiera reparado Maruja Torres, que tanto había tenido que refinarse para pasar de dependienta de Sepu a ser casi una Louella.

Ocaña en la película de Jesús Garay, "Manderley".

Terminada ahora una exitosa exposición en Palma y una de sus muchas giras por festivales exóticos, siempre con su Retrat bajo el brazo, prepara ahora Ocaña otra salida au grand monde con un nuevo film: Manderley. ¿Sabe algo Ocaña de "Hizco" o de Lady de Winter? ¡Ni falta que tiene! Es el director-guionista, Jesús Garay, quien tendría que saberlo. Y, sin embargo, la película ha aparecido ya en dos ocasiones, en la finada Fotogramas, como "el segundo film de Ocaña". Cosas de la propaganda: tampoco el Retrat intermitent aparecía nunca como cosa de Ventura Pons, por más que el pobre intentara siempre aparecer en las fotos detrás del abanico de Ocaña, o asomando entre sus volantes. Ocaña sólo tiene que hacer de sí misma, como tal misma en su estudio de Pza. Real, o como una Joan Fontaine coja en un Palacio de la Magdalena convertido en Manderley. Pero, ¿quién es esa Ocaña –ella– misma convertida a la vez en personaje público y figura de celuloide, que va con el celuloide debajo del brazo y tiene que reduplicarlo a la puerta de los festivales con nuevos disfraces y nuevos belenes?: he aquí un problema que Morin no pudo plantearse, porque jamás llegó a pensar en una estrella verdaderamente sub.

ALBERTO CARDÍN

Publicación: Dezine, n.º 4
Fecha: ¿?/09/1980
Página: 52 y 53
Autoría: (texto) Alberto Cardín y (foto) ¿?

No hay comentarios: